Narrar las flores y las balas
- Por Reynaldo Zaldívar
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La palabra, como instrumento de exploración, establece muchas veces una frontera difusa entre la literatura y el periodismo escrito. Mientras las academias enseñan la fría arquitectura de la pirámide invertida y la objetividad aséptica, algunos escapan del método para edificar atalayas sobre el movedizo terreno del lenguaje, demostrando que la verdad no solo se informa, sino que puede ser narrada con todos los matices de la condición humana.
Periodismo y literatura se funden para conmover, contextualizar y perdurar a través de la calidad de la escritura y la profundidad del relato.
Si bien este comentario va dirigido al periodismo escrito, el tema trasciende a los demás medios. En la radio, la herencia de los narradores enseña que una voz no solo informa, sino que modula, crea climas y susurra, transformando el boletín en una experiencia íntima, poética.
En la televisión, el arte de la composición visual, el ritmo del montaje y la fuerza del testimonio bien conducido beben directamente del cine y el teatro, añadiendo capas de significado emocional a la noticia. El arte, en todas sus formas, salva al periodismo de la mera repetición de frases hechas y lo eleva a la categoría de testimonio vivo de su tiempo.
Esta tradición de narrar la realidad con aliento literario tiene en su haber a numerosos exponentes. Ernest Hemingway forjó su estilo preciso y contundente en las trincheras como corresponsal de guerra, experiencia que marcaría para siempre su narrativa. Tom Wolfe fusionó la rigurosidad del reportaje con las técnicas narrativas de la novela. Ryszard Kapuściński demostró que se podía contar la complejidad del mundo en desarrollo con una profundidad humana sin precedentes.
Los textos del joven Mario Vargas Llosa, desde los diarios peruanos "La Crónica" y "La Industria", violentaban la frontera entre la prensa y la narrativa que lo harían merecedor del Nobel de Literatura en 2010. La italiana Oriana Fallaci elevó la entrevista política a la categoría de duelo literario, donde cada pregunta era un estoque cargado de verbo y valor. Gabriel García Márquez, el genio de Aracataca, siempre se consideró, ante todo, un periodista, convencido de que una crónica bien escrita, rigurosa y narrada con pulso de novelista, podía ser tan perdurable como cualquier obra de ficción. Su reportaje "Relato de un náufrago" es un monumento a esta convicción: la investigación minuciosa vestida con la potencia de un thriller.
El caso de Cuba es un capítulo esencial en esta historia. José Martí no es solo el Apóstol de la independencia; es el fundador de un periodismo de combate, ético y profundamente poético. Su prosa se convirtió en el arma principal para organizar la Guerra Necesaria. Nos enseñó cómo narrar las flores y las balas, en un periodismo que por bello nunca dejó de ser objetivo y audaz. Gertrudis Gómez de Avellaneda defendió con vehemencia el papel de la mujer y abogó por la justicia social. Además, funda y dirige en La Habana la revista quincenal "Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello", ineludible a la hora de estudiar el pulso literario en la prensa escrita.
Cuba muestra, además, la obra de Alejo Carpentier, cuya labor como crítico y corresponsal en Francia para "Social" y "Carteles" enriqueció su mirada sobre lo real maravilloso que luego trasladaría a sus novelas. Su periodismo fue un ejercicio de afinación de su oído para captar la polifonía de lo americano.
Muchos serían los casos a mencionar. John S. Bak en su libro "Periodismo y Literatura" demuestran cómo la narrativa de no ficción humanizó la prensa y le dio una profundidad que el frío reporte objetivista a menudo olvida. Fueron estos autores quienes recordaron que detrás de cada hecho hay un drama humano, una historia que merece ser contada con todo el arte del que sea capaz el pulso de su autor.
Hoy, en una era de titulares veloces y textos construidos con inteligencia artificial, el aporte del arte y la literatura al periodismo es más crucial que nunca. Nos recuerdan que este último no es un cúmulo de frases efímeras, sino la crónica vital de nuestra existencia colectiva, contada con el coraje del que escribe para no ser olvidado y la belleza del que narra para ser eterno.