Superhéroe
- Por Rosana Rivero Ricardo
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El día fue muy divertido. Repartieron los bloques y la plastilina. Jugaron al médico, a la cocinita y la peluquería. Después, la seño les hizo muchos cuentos que a los niños del círculo les gustan muchísimo.
No eran historias cualquieras. Eran más lindas, reales y cercanas que las de Spiderman, Thor, Batman, Capitán América, y todos los superhéroes juntos que la imaginación más fértil de guionista hubiese podido crear. Este héroe se llama Camilo “Fenjuego”. “Cienfuegos”, rectificó a los pequeños de tres y cuatros años del salón.
Quizás solo un poco más grande sería el superhéroe cuando su padre, Ramón, recibió la noticia de que había mordido al conserje del “kindergarden”, su círculo infantil. Un mes lo tuvieron de penitencia y él no dijo ni estaba boca es mía. Después, accidentalmente, el padre supo que no había sido Camilo, sino un compañero al que quería mucho. Así que luego, cuando hizo dos o tres trastadas, lo perdonaban, a cuenta del castigo que cumplió sin merecerlo.
“Camilo era muy valiente”, les explica la seño, como cuando ellos van a vacunarse y casi no lloran. “Luchó junto a Fidel, el Che, Almeida para que ustedes pudieran tener una familia hermosa y venir al círculo. Además, le gustaban mucho los animales”, añadió y sonrió al recordar una anécdota, aún no apta para la edad de sus pequeñitos.
Una vez se apareció en casa con un perrito. Su padre recordaba que fue poco tiempo después del 10 de marzo de 1952, cuando el golpe de Estado que diera el dictador Fulgencio Batista. Llegaron de madrugada, pues Camilo le puso “Fulgencio”, asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta 6, en una madrugada también.
“A Camilo le gustaba montar bicicleta, como a ustedes los niños”, narró la seño. Quizás, porque nunca dejó de serlo. Contaba Vilma Espín que acostumbraba a hacerle bromas a todo el mundo, bromas realmente infantiles, que hacían reír, como pintar las almohadas con corazones.
Niño quedó para siempre en el corazón de muchos pequeños, como el de aquel día de un cielo persistentemente gris en que las niñas amarraron a las patas de los muebles muchos lazos, rogándole a San Dimas –santo que ayudaba a encontrar los juguetes perdidos- que les trajera a Camilo de vuelta.
“Muy poco le tocó a Camilo a vivir en la victoria”, piensa a veces la seño. Pero inmenso es el recuerdo que dejó el superhéroe en su pueblo, tanto, que llega hasta quienes jamás lo conocieron, como los niños del círculo.