José Martí: ética y pedagogía del ejemplo

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"Maestro, ¿qué ha hecho?” dicen fue el triste lamento del poeta Rubén Darío al conocer la caída de José Martí en su primer combate, en aquella guerra necesaria que el cubano había organizado y a la que se incorporó a pesar de no ser un guerrero. Para algunos ahí está la raíz de la tragedia de Dos Ríos, pero, era de esperar pues enseñar con el ejemplo es eje central de la ética y la pedagogía martianas.

 

Hombre bueno, que murió de cara al sol como dijo en sus versos, con el alma preparada para la eternidad, feliz de aquellas semanas en suelo cubano, de ir describiendo en su diario, el clima, el terreno, la vegetación, con ojos de descubridor, y palabras de poeta sensible y apasionado, tantas veces desterrado de su propia tierra.


“La luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedras, La Playita (al pie de Cajobabo). Me quedo en el bote el último vaciándolo. Salto. Dicha grande. Viramos el bote, y el garrafón de agua. Bebemos málaga. Arriba por piedras, espinas y cenegal. Oímos ruido, y preparamos, cerca de una talanquera. Ladeando un sitio, llegamos a una casa. Dormimos cerca, por el suelo”, escribió en su Diario de Campaña.


Pero toda la obra del Apóstol está permeada por el elevado sentido ético, es decir, hacia la voluntad y la acción del hombre, su deber y su amor a la libertad. En los trabajos martianos se reflejan lo mejor que aportaron los patriarcas fundadores de la nacionalidad cubana, por los que manifiesta siempre una honda empatía ya que él comprende su conexión a los que fueron la savia nutricia del pensamiento cubano.


Pero justo por ser el más ardoroso defensor de la autonomía espiritual de cada cubano en relación a sí mismo y a su pueblo, Martí es el gran impulsor de la nacionalidad en Cuba. Él creía y veía al nacido en esta tierra como un ser dotado para la libertad, la emancipación plena sin distinción de credos, clases y sin ningún tipo de discriminación racial.


Ambicionaba una república justa con todos y para el bien de todos, basada en la libre discusión y una democracia inclusiva, es decir, una nación de hombres iguales donde todos pudieran disfrutar de los mismos bienes materiales y de la riqueza.


Toda su vida estuvo dedicada al más alto fin: la libertad de Cuba y, aunque a menudo algunos saquen sus frases de contexto, frente a los anexionistas José Martí siempre enarboló el radical estandarte de la independencia y la liberación del pueblo cubano e incluso para nuestra américa advierte que, el problema de la independencia no era cambio de forma, sino de espíritu.


Cuentan los historiadores que aquel día en Dos Ríos, el joven Ángel de la Guardia Bello, cabalgaba a su lado y posteriormente narró que delante iba el General Máximo Gómez y Francisco Borrero, detrás en línea de cuatro en fondo Dominador, hermano de Ángel, el general Bartolomé Masó y Martí.


“Así marchamos al trote un poco más de media legua, pero al desviar una hondonada los caballos, el de Martí y el mío, nos separamos ambos de la formación del grueso de la fuerza en línea diagonal…al llegar como a unos 50 metros de distancia, presentamos, sin saberlo, un blanco magnífico, sorprendiéndonos los españoles con una descarga cerrada desde la manigua, que hizo blanco en el cuerpo de Martí, y mi caballo recibió tres impactos, cayendo moribundo sobre mí”, contó Ángel.


Antes de marcharse a la eternidad aquel 19 de mayo de 1895, en el combate de Dos Ríos, con solo 42 años de edad y a menos de dos meses de su regreso a la patria, José Martí evidenció que sus ideas políticas estaban estrechamente vinculadas al sentido de lo humano y de la ética y pedagogía del ejemplo. Es esa la más hermosa herencia que nos dejó a los cubanos y que nunca podremos olvidar.

 


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