Adiós a destacada pedagoga cubana

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Me quedé debiéndole una entrevista y varias conversaciones eternamente aplazadas por el trabajo, los compromisos, la prisa, el estrés y la vana ilusión de pensar que las personas que amamos son eternas.
 
No fue mi maestra en la Primaria, pero disfruté, a la altura de Prescolar, las veladas escolares que organizaba y eran como festivales, donde danza, declamación y teatro se sucedían, para mostrar las habilidades artísticas de los alumnos.
 
Me recuerdo apretando el libro de El gato con botas, regalo de mi primera maestra en el centro escolar José Martí, mientras por el escenario del anfiteatro de “Floro Pérez” desfilaban danzas rusas plenas de acrobacias, la dramatización del juicio a los estudiantes de Medicina o una complejísima versión del cuento de La Cenicienta. Porque Vilma Chacón Pérez, maestra de sexto grado, tenía el don de la organización y estaba investida por la autoridad de su ejemplo y un liderazgo natural.
 
Ella sería, sin embargo, mi profesora de Historia en noveno grado y, por añadidura, la guía de mi grupo escolar. De entonces recuerdo su frase contundente: “Cuando el alumno mira por las ventanas, es porque afuera la cosa está más interesante que dentro del aula. Nuestro trabajo es motivarlos para que no tengan que mirar”. Vilma patrocinó el pequeño grupo teatral donde “estrené” mis comedias y auspició un círculo de interés pedagógico que llegaría a la exposición provincial.
 
Años después, me sugeriría temas para trabajos periodísticos, como la iniciativa local del “profesor de la familia”, que impulsó junto al claustro de la Esbu José Justo Aguilera para favorecer la relación hogar-escuela, en los años ‘80; o el reportaje sobre las casi míticas butifarras de Auras, emblema culinario del poblado natal.
 
Así fue creciendo la amistad, alimentada por la admiración y el afecto, en ese pueblo donde casi todo el mundo es familia o se conoce. Vilma sería presencia inefable en mi carrera y en las de otros que fueron sus alumnos; siempre cercana, accesible, cálida, sabia consejera.
 
Desde el espacio acogedor de su hogar, estaba al tanto de asuntos relativos a la economía interna, la política internacional, los adelantos de la ciencia y la técnica y los entresijos del arte y la cultura. Hablaba de todo, sabía de todo, quería aprenderlo todo. Llevados por la marea de las palabras, cualquier diálogo con Vilma podía durar milenios. Ella personificaba el ideal iluminista del intelectual, al que nada humano le es ajeno.
 
Siempre pendiente de su comunidad, también encarnó ese otro estilo que el mundo va perdiendo: el del maestro como líder comunitario, activista social, paradigma ético y formador de conciencia. Como enseñar puede cualquiera, ella educaba, porque fue un evangelio vivo.
 
Se había graduado de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana y formó una hermosa familia. Trabajó en el “Varona”, dirigió la Campaña de Alfabetización, fue fundadora del plan La escuela al campo, estuvo en la subdirección provincial de Educación y también entre los directivos de la Escuela Vocacional José Martí, siempre con su estilo de trabajo dinámico, personal.
 
Al fallecer, este Jueves Santo, a los 83 años, nos deja desazón; vacío por las palabras no dichas y las charlas escamoteadas por la prisa; nos hace pensar que el homenaje a su magisterio y su vida nunca fue suficiente, aunque se le dedicara la Jornada de la Cultura local en una ocasión.
 
No existe una palabra que nombre a la persona que pierde a su maestro. Por eso, me tomaré una licencia literaria para afirmar que, desde este 29 de marzo, los que fuimos sus alumnos, quedamos un poco huérfanos de Vilma. Nuestra Maestra Vilma Chacón.

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Comentarios  

# Rolando 11-04-2018 19:47
Tus palabras acertadas son el reflejo de la inmensa mayoría de los que tuvimos la buena suerte de conocerla ...el homenaje en vida quedo pendiente,pero como el buen soldado,ella pertenece a Cuba,a los que con lápiz y fusil,nos dejaron huellas para la historia.
EPD,que sabemos hoy la divina providencia tiene de regreso un alma de maestra verdadera.
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