Compañero Jaramillo
- Por Rubén Rodríguez González
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Cuando supo que viajaría a Colombia, como parte de la delegación cubana a la Feria del Libro de Bogotá, mi amiga y colega María Julia Guerra me dijo, como quien pronuncia un mandato divino: “Tienes que conocer a Jaramillo”.
Dos semanas más tarde y allende el mar, redescubría la hermosa ciudad llena de contrastes. Realizada anualmente en el mayor recinto ferial de América Latina, FILBO es un gigante que concentra a millares de personas envueltos en una organización precisa como mecanismo de relojería.
Una llamada bastó para “invocar” a Jaramillo, cuyo entusiasmo apenas disimulaba el apacible acento bogotano. Quería saberlo todo el compañero Jaramillo. Con él no se usaba el apelativo señor, en todo caso me endilgaba un Don Rubén, con una carga de respeto y afecto gratuitos por el solo hecho de provenir de Cuba.
Les conocí, a él y su esposa Lucía Valcárcel, un día después, en la velada que organizó la embajada de Cuba para presentar a los tres autores y demás personal editorial presente en la Feria. El inconfundible Jaramillo llegó lleno de entusiasmo, secundado por la firmeza amable de su compañera de vida y luchas. Espontáneo y locuaz, me dio un enérgico apretón de manos y un par de sonoras palmadas que tenían mucho de paternal.
Seco de carnes, enjuto de rostro, tenía aspecto de Quijote y ojos de loco iluminado, su integridad y decencia las llevaba marcadas a fuego sobre su frente. El fuego de la lucha social y la pasión por la isla-faro. Lo quería saber todo, lo comentaba todo, su entusiasmo calentaba la fría noche bogotana. Él se iba a ocupar de organizarlo, no debíamos preocuparnos por la afluencia de personas a las actividades de los compañeros cubanos.
Así fue, incluso en ese megaevento, nuestras presentaciones y conversatorios estuvieron colmados de público vehemente, motivado, participativo, en cuyas pupilas brillaba el mismo fuego tierno. Y no hubo banderas cubanas porque la organización del evento proscribe “politizar los espacios”; no obstante, Jaramillo, genio y figura, lo intentó. Las banderas las había cosido Lucía; escribo frente a una de ellas, donde cada puntada es puro amor.
La Revolución cubana y su vocación por la igualdad social, le habían conquistado desde varias décadas atrás. El hostigamiento de la prensa colombiana al socialismo de Castro agregó leña al fuego. La revista Bohemia y Radio Habana Cuba le proporcionaron la información necesaria; de este último grabó centenares de cintas y casetes que repartió en los actos de solidaridad. Incluso fotocopió e imprimió kilómetros de papel con discursos y escritos políticos de Granma, Juventud Rebelde y periódicos y revistas de izquierda para su trabajo de agitación política.
Jaramillo pedaleaba dos horas desde el lejano Funza, municipio del departamento de Cundinamarca, a 14 kilómetros de Bogotá, hasta plantar sus pancartas, banderas y volantes plantar en la emblemática Plaza Bolívar; “mercenario” de las ideas progresistas: los Cinco, el Bloqueo, la lucha contra el sionismo… explicando, convocando, debatiendo.
En las universidades cubanas se hicieron médicos dos de sus hijos y cuando visitó Holguín y fue a Birán…apotéosico es la palabra para calificar su emoción, recuerda María Julia. Una emoción y vitalidad que no le cabían en el corazón.
Hace dos semanas falleció, a los 82 años y debido a complicaciones pulmonares, Orlando Jaramillo Hernández, aquel humilde guerrero colombiano, en cuyos labios la palabra “compañero” parecía acabada de inventar.