Del pa... al pá

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Foto: Radio Bayamo.

Conozco historias del pa al pá. Y aunque la sociedad, con su “real academia de la lengua”, generalice y se apoye en que “el monosílabo no se acentúa”, a veces la tilde es necesaria, por lo menos en este caso, en el que, gramática aparte, el sustantivo paternidad asume la acción, estado y consecusión del verbo. 


Pero no hablaré de teorías, pues esta, a veces, es superada por la experiencia. Me refiero a los padres que cuando una amiga da la noticia de su embarazo ya saben explicar los cambios, acaloramiento y hasta sensaciones por llegar; dan fórmulas para elevar el líquido amniótico, conocer el sexo del bebé, y cuanto asunto pueda surgir durante  “40 semanas y más”.


Un hombre “embarazado” es terrible, no solo por los “antojos”, presentes a cada rato, sino porque llega a conocer tanto sobre el tema, que por la cantidad de pataditas cree saber si es hambre o hipo  lo que tiene su bebé. Pero ese tema tiene tanta “gaza” por donde cortar que mejor se deja para otra canastilla, digo, cuartilla.


Me refiero a los que llegada la hora del “parto” les toca la otra peor “parte”: los nervios sacando de paso y los custodios de piso. A los que preparan el biberón; peinan al estilo “gallina riza”, y hasta a los que inventan combinaciones extrañas…


También a los hombres todo terreno en el hogar, a los que “ejercen” como “padres solteros”, a los confidentes antes de dormir, a los amorosos y hasta a los que, por puro carácter, tienen raras maneras de decir te quiero.


A lo que ofrecen el billete mojado de sudor, a los que inventan cuentos aunque los párpados obedezcan a la ley de gravedad; a los que se transforman en parque eólico, para en cada vuelta “generar alegría”; y hasta a los que hacen uso de los “regañitos”, que tanto duelen, pero hacen falta.


Alguien escribió que tener hijos no convierte en padre, del mismo modo que tener un piano no te vuelve pianista, porque  “no es la carne y la sangre, sino el corazón, lo que nos hace padres e hijos”, y es cierto.


Me refiero a los que asumen como suya la siembra ajena y la cuidan con el esmero de la propia; a los abuelos, padres por partida doble; a los que saben soltar y recoger las riendas para que se pueda llegar bien a la meta; a los que tienen que aceptar la novia o el novio recién llegado; a los que temen la lejanía; los que forjan respeto; los que perdonan a pesar de los pesares; los que se entregan sin esperar recompenza; los que aman con intensidad a quienes crean.


Un padre desafía sus miedos cada jornada, inventa caminos para allanar otros pasos, retoza cansado, ríe preocupado. Cuida del hijo y la familia, sin competir con el cariño de madre, pues el suyo es igual de grande, incluso, sin necesidad de compartir con ella la cama o los días.


Me refiero al instante en el que la felicidad se viste de padre, y sin importar que el fonema “p” sea más fácil de pronunciar que el fonema “m”, el orgullo apremia cuando la primera palabra de su bebé es Pa-pá.


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