La enardecida cola
- Por Rubén Rodríguez González
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La cola se extendía, como suelen extenderse las colas. Ellos llegaron y la cola se inquietó. Tal como les habían dicho que debían hacer, avanzaron hasta la puerta;la cola se estremeció. Buscaron al responsable, la cola se agitó. Hubo una breve conversación junto a la puerta del establecimiento, la cola se meneó convulsivamente. Permanecieron allí, junto a la puerta, aguardando; la cola se sacudió. El portero les indicó pasar. La cola estalló.
Un coro furibundo aulló: ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu! El portero y el guarda miraron azorados a la cola que palpitaba taquicárdica. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu! El portero intentó calmar la enardecida cola. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu! El guarda trató de explicarles lo obvio, que eran médicos, que trabajaban donde trabajaban, que no tenían tiempo de hacer la cola.¡Sácaluuuu, bótaluuuuu! La cola, renuente, no admitía explicaciones.
Ellos, los de batas blancas, miraron tímidamente a la multitud furibunda. Reconocieron a la anciana de hipertensión selectiva: nunca venía en el horario de cocción de alimentos ni a la hora de la telenovela; prefería la alta noche para sus perendengues. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
También estaba el obrero de los certificados, el de las enfermedades improbables, el que siempre precisaba del “papelito” para justificar una ausencia, una llegada tarde, para evitar un descuento. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Y el adolescente alérgico, cuyas crisis coincidían con las etapas de escuela al campo y cuyos padres ya preparaban el terreno para una exención del breve periodo de servicio militar previo a la universidad. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Y la madre joven, ya afortunadamente a salvo, al igual que sus mellizos. Aquella con problemas de obesidad y que, después de cada atracón de pizza y refresco gaseado, precisaba ser conducida de urgencia al materno. Esa bramaba que había dejado solos a los bebés, y que quien quisiera colarse debería hacerlo por encima de ella. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Estaba el asmático fumador de “Criollos”, tosiendo tras su nasobuco verde hospital, el que siempre aparecía al borde del paro respiratorio, reclamando el aerosol, que no le faltaba, o la inyección necesaria, que se le administraba con gentileza, acompañada por una charla educativa sobre los riesgos del hábito de fumar, que ya lo tenía al borde de la EPOC:Enfermedad Obstructiva Pulmonar Crónica. ¡Sácaluuuu, cujucuju… bótaluuuuu… cofcof!
Gritaba la vecina de las recetas de complacencia, hipocondriaca empedernida, “punto fijo” en el consultorio el día de surtido de medicamentos semanal en la farmacia. Esa lo mismo precisaba prescripciones de analgésicos, ansiolíticos y antinflamatorios, que febrífugos,digestivos y antimicóticos.¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Y la soltera promiscua, apodada “penicilina” por algunos vecinos, que de tiempo en tiempo venía por su “ciclo” de antiparasitarios vaginales o las inyecciones que mantuvieran a raya su zoológico personal de gonococos y espiroquetas.¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Chillaban los nietos del anciano al que salvaron del infarto en el propio consultorio, el papá del niño que se atoró con la canica y la mujer del postrado al que atendían en su casa; chillaba la cola. ¡Sácaluuuu, bótaluuuuu!
Ante la renuencia de la cola, los de bata blanca se marcharon con las manos vacías, a continuar su labor sin el aceite y el detergente deseados, necesitados y negados.Ante la impotencia del portero y el guarda, porque la cola es la que manda. A comenzar otra jornada en la consulta, a donde no tardarían en llegar la de las recetas, la hipertensa, la gorda de los mellizos, el fumador…
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