No me pinten a Cuba de colores ajenos
- Por Ania Fernández Torres
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Una chica llamada Claudia Ortiz, que estuvo frente al Ministerio de Cultura, como parte de ese grupo de jóvenes que solicitaba un dialogo, se categoriza a sí misma, a través de las redes sociales, como socialista de programa y comunista de convicción. También estuvo en “El tanganazo” y asevera que estas acciones no buscaban confrontación sino el ejercicio de diálogo y la autocrítica.
Sin embargo, ella habla de que alguien muy sabio y querido le explicó que todo esto puede parecer algo bonito y progresista, pero puede convertirse en algo muy malo y aterrador. Pienso que esa persona, como yo, ha recordado por estos días las llamadas “primaveras de colores”, el nombre “bonito” derivado de la utilización simbólica de colores o nombres de flores, como elementos identificativos de la oposición, que inscriben sus actuaciones (nunca mejor dicho) en la política de la "no violencia".
No nos dejemos confundir, detrás del denominado Movimiento de San Isidro y su montaje teatral de protesta para exigir al Gobierno cubano la liberación del regetonero Denis Solís, sancionado a ocho meses de privación de libertad por el delito de desacato a las autoridades y constatado en sus propios videos, hay un plan premeditado y nacido a 90 millas para intentar traer a nuestras calles la división.
Tiene grandes lagunas este plan como la mala selección de los supuestos líderes, ya está claro de quienes son los cabecillas de este movimiento, del desprestigio que tiene y tendrá en este país alguien que mancilla la bandera, se confiesa partidario de un gobierno extranjero y reconoce, abiertamente, tener vínculos con personas que han financiado actos violentos contra Cuba.
Otra gigantesca falla, de quienes diseñaron la farsa de San Isidro, la expresó nuestro presidente Miguel Díaz Canel, en su cuenta en Twitter: “Se equivocaron de país, se equivocaron de historia y se equivocaron de cuerpos armados. No admitimos injerencias, provocaciones ni manipulaciones. Nuestro pueblo tiene todo el valor y la moral para sostener una pelea por el corazón de Cuba”.
Aquí quisiera detenerme en lo que implica proteger el corazón de Cuba, sin vincularlo, si el lector lo desea, a una ideología determinada, aunque quien firma estas líneas sea “a la zurda más que diestra” y en su alma exista, para siempre, un espacio indeleble para la Koljosiana y el obrero. Hablemos de todo lo que afecta la soberanía y a la nación.
Respeto y apoyo el esfuerzo de los artistas e intelectuales cubanos, de los que luchan por dignificar el arte libre, cuyo mensaje va directo a la defensa de su patria, de su autodeterminación y los que, a través de su arte, enaltecen los sagrados símbolos de Cuba, pero en esta isla hay grandes ejemplos de personas que, sin hacer ruido ni algazaras, por diversas vías transforman sus realidades y fortalecen los músculos de su nación.
No nos prestemos como herramientas para el engaño, los golpes blandos comienzan así, están bien definidos por el politólogo estadounidense Gene Sharp, que escribió un manual que explica 198 métodos para derrocar gobiernos y se divide en tres grandes bloques: protesta, no cooperación e intervención, las cuales se aplican, generalmente, luego de los procesos electorales.
Pienso como Héctor Amed Velázquez, ese jovencito moderador de las conferencias de Prensa del doctor Duran, quien llegó frente al Ministerio de Cultura cuando había 40 personas, más por instinto periodístico que por otra cosa, escuchó las demandas, conoció de primera mano los acuerdos y se lamentó, como muchos otros cubanos, que tanta energía de los artistas e intelectuales no se enrumbe a demandar el fin del Bloqueo contra Cuba frente a la Embajada de Estados Unidos.
Porque definitivamente yo, como muchos otros cubanos, no quiero que me “pinten de colores ajenos” el país y me pase como a los yugoslavos y los ucranianos; o como los exsoviéticos, que según publica la web especializada en política internacional El Orden Mundial, de ellos el 83 por ciento hoy tiene nostalgia de la URSS.
De aquellos tiempos antes de 1991, cuando el país se les partió en 15 trozos casi sin que se dieran cuenta y un mexicano, en un mercado compró, en unos pocos dólares, una medalla de La Estrella Dorada, otorgada a un soldado soviético por la heroicidad en la Segunda Guerra Mundial.
Hay muchas cosas que defender en estos tiempos, entre ellas la Cultura, que siempre va más allá de las manifestaciones artísticas y sus protagonistas. En momentos históricos complejos, recurro a Martí, que pedía alejarse de las aparentes ingenuidades, porque en prever está el verdadero arte de salvar.