A la tercera va el Premio Guillén

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Fotos: de la autora y cortesía del entrevistado
 
Aquella determinación era un objetivo estratégico y un tema de “seguridad nacional” para el “Estado” físico y mental del poeta. Después de nueve años y unos cuantos intentos de asedio a la fortaleza que constituía para él ese reconocimiento, José Luis Serrano ganó la batalla y el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén. 
La “guerra” empezó en 2009, cuando libró el primer combate con el poemario Geometría de Lobachevsky.
 
 
“Al año siguiente amplié el libro, porque me parecía muy breve y mandé un mamotreto de 250 páginas. Entonces era muy grande y se me ocurrió hacer dos volúmenes: uno lo envié al “Guillén” y otro al Premio Casa de las Américas. No obtuve nada. Luego mandé en 2015 una parte al Premio Oriente y la otra al “Adelaida del Mármol”. Cada uno se llevó el reconocimiento en los respectivos concursos.

“Estos dos textos generaron una pequeña esquirlita que creció y fue el volumen que comencé a mandar al Guillén: Los perros de Amundsen. Lo envié tres veces, así que teóricamente gané el concurso a la tercera, aunque llevaba seis oportunidades fallidas.

“Me pasé 9 años asediando ese premio. No me avergüenza decirlo, porque en ese periodo perfeccioné lo libros y creé otros nuevos. Me empeciné con este reconocimiento hasta que finalmente lo obtuve con un tipo de escritura que no se premia normalmente en los concursos: un libro de sonetos.

“Los perros de Amundsen es una gran metáfora sobre la existencia y los complejos tiempos postmodernos que nos ha tocado vivir. Amundsen fue un explorador noruego que dirigió la expedición a la Antártida que por primera vez alcanzó el Polo Sur.

Mientras su contrincante inglés empleó trineos motorizados, él conquistó el polo sur con 60 perros, de los cuales utilizó la mitad como alimento del resto. La estrategia lo ayudó a regresar con vida y ganar la carrera. Lo que tiene que ver esto con los tiempos que corren se lo dejo a los lectores.

 
“El libro forma parte de una trilogía titulada Trilogía Acéfala en la que se incluyen los textos Más allá de Nietzche y de Marx y Geometría de Lobachevsky.

Después de este premio, ¿te consideras un poeta con suerte o de éxito?
 
“Hace un tiempo fui jurado de un concurso y alguien que no ganó me dijo: ‘¡qué mala suerte!. Le respondí: ‘No sé a lo que llamas suerte. Cuando uno manda a un concurso te sometes al veredicto de tres personas. Tienes que estar en condiciones de soportar cualquier decisión que, en ocasiones, puede ser justa o injusta’.

“Sin embargo, no queda otra alternativa que mandar a los concursos, porque es la manera expedita para publicar un libro y, tratándose de un concurso como el Guillén te garantiza un circuito de promoción representativo en Cuba”.

¿Comenzaste a escribir desde niño?

“Nunca se me ocurrió. Nací en un pueblito de Gibara, Estancia Lejos. En los entornos rurales no es bien vista la escritura, no por cuestiones homofóbicas, sino porque la rudeza en el ambiente campesino exige que un muchacho, en vez de escribir, aprenda a enyugar una yunta de bueyes.

Allí sí leí mucho, aventuras sobre todo. En ese momento conocí la historia de Amundsen, y de ahí proviene el título del libro.
“No teníamos corriente eléctrica y estaba obligado a leer si quería entretenerme y percibir nuevos mundos. En el campo la lectura sí es muy bien vista. El campesino respeta el conocimiento y la persona letrada.

“Vine a escribir en el preuniversitario. Mis primeros intentos fueron hacer canciones, porque a mí me gustaban los temas de Silvio Rodríguez. Eso me aproximó a César Vallejo, mi poeta de cabecera.

“Fue en el Instituto Superior Minero Metalúrgico de Moa donde me inserté en un Taller Literario. Allí fueron mis primeras tentativas de escritura en serio. Cuando me gradué como ingeniero eléctrico y comencé a trabajar en Holguín, el primer proyecto reconocido fue un libro de décimas que escribí con el escritor Ronel González, el cual ganó el Premio Cucalambé en 1995.

 
¿Por qué decidiste estudiar una ingeniería teniendo inclinación por las letras?

“Así mismo, ¡e Ingeniería Eléctrica!. Tal vez por la falta de voltaje en mi infancia. Al final hasta contribuí a llevar la electricidad a mi barrio.

“Nunca concebí nada que tuviera que ver con las letras, porque nadie me enseñó que había oficios relacionados con la literatura. No obstante, siempre tuve una tremenda inclinación por las ciencias.

“Por ejemplo, Amundsen fue el héroe de mi infancia que inspiró uno de los poemarios de la Trilogía Acéfala. Geometría de Lobachevsky es un título que propongo, basado en otro héroe que apareció en mi adolescencia cuando estudiaba en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas.

Fue un matemático que decía que las paralelas se cortan en un punto y que la suma de los ángulos interiores de un triángulo puede ser mayor o menor que 180 grados. Por eso me decanté por las ciencias exactas.

“Mi formación me dotó de un pragmatismo del cual trato de alejarme en otras esferas de mi vida y en la poesía misma. Sin embargo, mi perspectiva de ingeniero me permite ver procesos en todo, incluso en la construcción de textos. He llegado a pensar que tengo una escritura en cierto sentido modular, un texto que crece de manera fractal, prolifera de modo risomático, que son conceptos que vienen de la ciencia y me ayuda a establecer las líneas que dirigen mi poesía.

“No creo en la inspiración, engendro que ha acarreado mucho mal a la literatura y al arte. La gente llama inspiración cuando camina por el trillito que bien sabe a dónde conduce y se siente en la zona de confort. Lo que realmente se debe hacer para producir una obra interesante es crearse resistencia uno mismo, colocar objetos, en mi caso verbales, que generen perturbaciones, discontinuidades. Eso es lo que hace que una escritura avance”.

 
Al graduarte tuviste un oficio sui generis…

“Durante 20 años trabajé en la Oficina Nacional de Inspección del Trabajo. Investigaba accidentes mortales, específicamente por electrocución, porque era inspector de seguridad eléctrica en la provincia. De ahí pasé a Ediciones Holguín, donde me desempeño como corrector y a la a vez hago alguna que otra edición de libros”.

¿Este primer oficio incidió en que la muerte aparezca como tema recurrente en tu obra?

“Sí, es un tema obsesivo en mí, pero sobre todo, esta labor me permitió comprender la fragilidad del ser humano. Una nimiedad nos puede sacar de la vida, colocarnos del otro lado de la línea”.

Bufón de Dios fue el primer libro que publicaste en solitario y el primogénito de Ediciones La Luz. A 20 años de este suceso, ¿cómo lo valoras?

“Es un libro que me sigue gustando, lo cual no es un lugar común, porque uno puede terminar disgustado con algo que escribas. Contiene todo el material que estaba en el texto anterior publicado con Ronel y añadí un grupo de décimas.
En la reedición realizada por el aniversario 15 de la editorial le hice una remezcla y creo que se actualizó.

“Fue un libro que me abrió algunas puertas, porque a través de él la gente me vio como una joven promesa. Pero demora tanto en que te dejen de ver como ‘joven promesa’ que cuando te quitan el título, ya tienes hipertensión arterial”.

 
¿Te consideras un eterno perfeccionista de tus obras?

“Es algo que debo abandonar, porque puede hacer peligrar mi salud mental. A veces he vuelto sobre un texto, porque me parece que hay que correr una coma de lugar y ha ocurrido que el lector que tenía ganado se disgusta con el resultado de mis remasterizaciones.

“No obstante, tengo el derecho de incidir sobre mi obra y en cierto modo me he sentido más cómodo con mis modificaciones, porque al avanzar con la literatura perfeccionas y encuentras herramientas de trabajo. Te percatas de que hay cosas que hiciste de un modo que si llegas a tener antes ese adminículo recién inventado, lo hubiese resuelto mejor.

“Es algo que no recomiendo a nadie, porque entorpece y ralentiza la creación. Lo que demandan esos nuevos instrumentos es utilizarlos en cosas nuevas, no para reparar lo escrito hace 10 o 15 años”.

En una ocasión diste una receta sobre cómo hacías tus décimas. ¿Mantienes la misma fórmula para tus creaciones?

“Ya no daría recetas ni le prestaría mis instrumentos a nadie. La gente trata de tomar tus herramientas y trabajan con ellas sin saber utilizarlas.No es que no le tires el guante a herramientas ajenas, algo que siempre he hecho. El chiste está en que al hacerlo debes inventar algo que la persona que inventó esa arma no hizo. Si yo me robo un taladro es para serruchar una tabla, no para abrir agujeros.

“Lo que sí recomiendo a los poetas es que al conformar su obra tengan una visión de cómo anda el pensamiento en el mundo. Está el poeta que es un genio. A él las ideas le son entregadas y entran en contacto con lo absoluto.

En un siglo se producen dos o tres grandes poetas de una lengua y hay siglos que se van en blanco. Los pobres poetas menores, que somos casi todos, no nos podemos dejar engañar. Tenemos que saber que la poesía se hace de conocimiento. Debes saber cómo respira la época en que vives, cuáles son las tendencias filosóficas, antropológicas, sicológicas…

 
¿Por qué te has detenido en las estrofas clásicas, específicamente la décima y el soneto?

“La décima y el soneto son las estructuras poéticas que considero apropiadas para trabajar en estos tiempos. La primera tiene una estructura hermosa, resonante.

“El segundo es una estructura clásica, que suele verse como devaluada. Mi apuesta es utilizar esta estrofa de siglos de funcionamiento magnífico, como un vehículo idóneo para expresar las grandes fracturas que vivimos en el siglo XXI por su sólida estructura”.

¿Le serás fiel al soneto y la décima?

“Pensaba cortar de inmediato. Sin embargo, de Los perros de Amundsen nació otro libro que ya no pertenecería a la trilogía.Es un libro de sonetos, pero habla de otras cosas, y será totalmente distinto a los otros tres”.
 
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Author: Rosana Rivero Ricardo
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Rosana Rivero Ricardo. Periodista 25 horas al día. Amante de las lenguas... extranjeras, por supuesto. Escribo de todo, porque “la cultura no tiene momento fijo

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